Los humanos hemos ido jalonando nuestra historia, cíclica y cotidiana, de fiestas. Fiestas de solsticio y equinoccio, de siega y siembra, de iniciación y revelación, del vino y del pan del fuego y de las aguas, de trabajo y recogimiento, de abstinencia y fecundación.
La luminosidad mediterránea y las brumas boreales del mundo céltico han marcado el trabajo, el luto, la alegría y la memoria de las fiestas primigenias de los pueblos que hoy se llaman Europa.
La Iglesia Católica las llamó paganas y se apresuró en sustituirlas. Pero es precisamente esa paganidad lo más profundo de nosotros mismos, lo auténtico, la savia que alimenta los dolores y los gozos de lo más radicalmente humano. Nunca lo humano estuvo más integrado en el Cosmos que en esa paganidad plural y rica, elemental y trágica que inventó sus "fastos", esas fiestas cíclicas que nos reconcilian con la Naturaleza. Es esta Paganidad original la que queremos recuperar para hoy y para un futuro más pleno.
Que las diosas y dioses, dáimones y centauros, ninfas, musas, héroes y vestales nos oigan.
26/12/07
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